Coqui Ortiz se presentará en el Club San Martín de Corrientes
Soy el menor de cuatro hermanos. Norma, Graciela y Jorge, se llevan un año entre sí, pero yo llegué 10 años después. Cuando ellos comenzaban la vida universitaria yo, a pesar de ser un niño aún, viví intensamente sus tertulias, junto a guitarreros y cantores, mesas de truco y asado.
Lo que siempre recuerdo tiene que ver con el día posterior a aquellas veladas, cuando al levantarme tenía esa sensación de abrazo con la guitarra, de sonoridades que daban vuelta en mi cabeza y, por supuesto, esa ansiedad de reproducir lo que había vivido la noche anterior.
Fue así que un día comencé a tocar la guitarra y, al tiempo, a ser un animador más de aquellas reuniones. Empecé a caminar a la sombra de mi hermano y a descubrir una tropilla de guitarreros. Por ese mismo camino me fui encontrando con otros personajes de la noche, que hacían de la guitarra su oficio, pero cultivaban al mismo tiempo esa sana costumbre de compartir una rueda de amigos o anclar en algún bar al terminar su jornada de trabajo.
Desde el primer momento jugué con palabras y acordes tratando de modelar alguna canción y, además, siempre tuve a alguien cerca para compartir y repasar la forma de mi trabajo. Cada amigo a su modo fue mi maestro, sin horarios, ni plazos de entrega de trabajos; es más, en algunos casos creo que ni siquiera sabíamos que, de alguna manera, aquello era una escuela, y aclaro que cuando digo “amigo-maestro”, no hablo sólo de quien me enseñó un RE mayor, un arpegio, a compartir la lectura de un libro o descifrar una metáfora, sino también a aquellos con quienes compartí charlas interminables.
Entiendo también que debe ser difícil para un padre creer que su hijo adolescente al mando de una guitarra, bajo la luz de las estrellas, en una esquina de barrio, esté asistiendo con sus amigos a una especie de escuela. Pero la canción no es una sucesión de acordes y palabras que se entonan. Un maestro de guitarra no necesariamente nos puede enseñar a componer una canción, tampoco la profesora de literatura puede enseñarnos a escribirla.
Las canciones son esos barcos donde viajan el amor, el paisaje, la tristeza, la alegría, la historia, la memoria. Podemos aprender como se construye el barco, pero es la tripulación la que cuenta o forja la historia de cada viaje.
¿Quien nos enseña a mirar donde otros no miran?
En estos últimos años he tenido buenos maestros, gente brillante de quienes espero con el tiempo ser un digno discípulo, pero sigo buscando con la misma intensidad a quienes puedan acompañarme a mejorar la calidad de mi trabajo y con quienes pueda compartir largas horas de mate y charla. Hoy que estamos en tiempos de grandes escuelas, métodos, y todo tipo de talleres, clínicas y docentes a nuestro alcance, creo que debemos abrir más que nunca la mirada hacia lo que nos rodea. Cuanto más recursos técnicos mejor, pero siempre será una herramienta para decir con talento y esfuerzo lo que llevamos en el corazón y en la memoria